José Rivera
Tonalá, 29 de
octubre de 2015, El padre Mario Villareal, Rector de la iglesia de san Martin
de Porres de esta ciudad, llamo a los miembros de la iglesia a trabajar y
servir a sus semejantes con la humildad y determinación que los tiempos
actuales exigen, hoy es tiempo de evangelizar, nuestros jóvenes se están perdiendo
pero con el apoyo de san Martin y la bendición del santísimo vamos a
rescatarlos, por ello es importante conocer su vida y obra.
Martín de Porres fue
hijo de un caballero de la Orden de Alcántara, Juan de Porres (según algunos
documentos, el apellido original fue Porras) natural de la ciudad de Burgos, y
de una mujer de raza negra, Ana Velázquez, natural de Panamá que residía en
Lima Peru.
Su padre no podía
casarse con una mujer de su condición, porque era muy pobre, lo que no impidió
su amor con Ana Velázquez. Fruto de esta relación nació Martín y, dos años
después, Juana, su única hermana. Martín de Porres fue bautizado el 9 de diciembre
de 1579 en la Iglesia de San Sebastián en Lima.
Ana Velázquez dio
cuidadosa educación cristiana a sus dos hijos. Juan de Porres estaba destinado
en Guayaquil, y desde ahí les proveía de sustento. Viendo la situación precaria
en que iban creciendo, sin padre ni maestros, decidió reconocerlos como hijos
suyos ante la ley. En su infancia y temprana adolescencia sufrió la pobreza y
limitaciones propias de la comunidad de raza negra en que vivió.
Su vida religiosa, Se
formó como auxiliar práctico, barbero y herbolista. En 1594, a la edad de
quince años, y por la invitación de Fray Juan de Lorenzana, famoso dominico,
teólogo y hombre de virtudes, entró en la Orden de Santo Domingo de Guzmán bajo
la categoría de "donado", es decir, como terciario por ser hijo
ilegítimo (recibía alojamiento y se ocupaba en muchos trabajos como criado).
Así vivió 9 años, practicando los oficios más humildes. Fue admitido como
hermano de la orden en 1603. Perseveró en su vocación a pesar de la oposición
de su padre, y en 1606 se convirtió en fraile profesando los votos de pobreza,
castidad y obediencia.
De todas las
virtudes que poseía Martín de Porres sobresalía la humildad, siempre puso a los
demás por delante de sus propias necesidades. En una ocasión el Convento tuvo
serios apuros económicos y el Prior se vio en la necesidad de vender algunos
objetos valiosos, ante esto, Martín de Porres se ofreció a ser vendido como
esclavo para ayudar a remediar la crisis, el Prior conmovido, rechazó su ayuda.
Constantemente su vocación pastoral y misionera; enseñaba la doctrina cristiana
y fe de Jesucristo a los negros e indios y gente rústica que asistían a
escucharlo en calles y en las haciendas cercanas a las propiedades de la Orden
ubicadas en Limatambo. La situación de pobreza y abandono moral que estos
padecían le preocupaban; es así que con la ayuda de varios ricos de la ciudad -
entre ellos el virrey Conde de Chinchón, que en propia mano le entregaba cada
mes no menos de cien pesos - fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir
a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa
situación.
Martín siempre
aspiró a realizar vocación misionera en países alejados. Con frecuencia lo
oyeron hablar de Filipinas, China y especialmente de Japón, país que alguna vez
manifestó conocer.
Fue abstinente y vegetariano.
Dormía sólo dos o tres horas, mayormente por las tardes. Usó siempre un simple
hábito de cordellate blanco con una capa larga de color negro. Alguna vez que
el Prior lo obligó a recibir un hábito nuevo y otro fraile lo felicitó risueño,
Martín, le respondió: “pues con éste me han de enterrar” y efectivamente, así
fue.
Martín fue seguidor
de los modelos de santidad de Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina
de Siena y San Vicente Ferrer. Sin embargo, a pesar de su encendido fervor y
devoción, no desarrolló una línea de misticismo propia.
"Glorificación
de San Martín de Porras" del artista italiano Fausto Conti encargada por
el papa Juan XXIII para la canonización en San Pedro de Roma. Se encuentra
actualmente en la basílica del Santísimo Rosario, en el convento de Santo
Domingo de Lima, Perú
Martín de Porres
fue confidente de san Juan Macías fraile dominico, con el cual forjó una
entrañable amistad. Se sabe que también conoció a Santa Rosa de Lima, terciaria
dominica, y que se trataron algunas veces, pero no se tienen detalles
históricamente comprobados de estas entrevistas.
La personalidad
carismática de Martín hizo que fuera buscado por personas de todos los estratos
sociales, altos dignatarios de la Iglesia y del Gobierno, gente sencilla, ricos
y pobres, todos tenían en Martín alivio a sus necesidades espirituales, físicas
ó materiales. Su entera disposición y su ayuda incondicional al prójimo
propició que fuera visto como un hombre santo.
Aunque él trataba
de ocultarse, la fama de santo crecía día por día. Fueron varias las familias
en Lima que recibieron ayuda de Martín de Porres de alguna forma u otra.
También, muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era:
"Que venga el santo hermano Martín". Y él nunca negaba un favor a
quien podía hacerlo.
Milagros
atribuidos, Las historias de sus milagros son muchas y sorprendentes, estas
fueron recogidas como testimonios jurados en los Procesos diocesano (1660-1664)
y apostólico (1679-1686), abiertos para promover su beatificación. Buena parte
de estos testimonios proceden de los mismos religiosos dominicos que
convivieron con él, pero también los hay de otras muchas personas, pues Martín
de Porres trató con gentes de todas las clases sociales.
Se le atribuye el
don de la bilocación. Sin salir de Lima, fue visto en México, en África, en
China y en Japón, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o
curando enfermos. Mientras permanecía encerrado en su celda, lo vieron llegar
junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos o curarlos. Muchos lo
vieron entrar y salir de recintos estando las puertas cerradas. En ocasiones
salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin
tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía,
respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".
Se le reputó
control sobre la naturaleza, las plantas que sembraba germinaban antes de
tiempo y toda clase de animales atendían a sus mandatos. Uno de los episodios
más conocidos de su vida es que hacía comer del mismo plato a un perro, un
ratón y un gato en completa armonía.
Se le atribuyó
también el don de la sanación, de los cuales quedan muchos testimonios, siendo
los más extraordinarios la curación de enfermos desahuciados. "Yo te curo,
Dios te sana" era la frase que solía decir para evitar muestras de
veneración a su persona. Según los testimonios de la época, a veces se trataba
de curaciones instantáneas, en otras bastaba tan solo su presencia para que el
enfermo desahuciado iniciara un sorprendente y firme proceso de recuperación.
Normalmente los remedios por él dispuestos eran los indicados para el caso,
pero en otras ocasiones, cuando no disponía de ellos, acudía a medios
inverosímiles con iguales resultados. Con unas vendas y vino tibio sanó a un
niño que se había partido las dos piernas, o aplicando un trozo de suela al
brazo de un donado zapatero lo curó de una grave infección.
Muchos testimonios
afirmaron que cuando oraba con mucha devoción, levitaba y no veía ni escuchaba
a la gente. A veces el mismo Virrey que iba a consultarle (aún siendo Martín de
pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la puerta de su habitación,
esperando a que terminara su éxtasis.
Otra de las
facultades atribuidas fue la videncia. Solía presentarse ante los pobres y
enfermos llevándoles determinadas viandas, medicinas u objetos que no habían
solicitado pero que eran secretamente deseadas o necesitadas por ellos. Se
contó además entre otros hechos, que Juana, su hermana, habiendo sustraído a
escondidas una suma de dinero a su esposo se encontró con Martín, el cual
inmediatamente le llamó la atención por lo que había hecho. También se le
atribuyó facultades para predecir la vida propia y ajena, incluido el momento
de la muerte.
De los relatos que
se guardan de sus milagros, parece deducirse que Martín de Porres no les daba
mayor importancia. A veces, incluso, al imponer silencio acerca de ellos, solía
hacerlo con joviales bromas, llenas de donaire y humildad. En la vida de Martín
de Porres los milagros parecían obras naturales.
En algunos momentos
de su vida, tuvo que lidiar con el diablo; especialmente en el día de su
muerte, donde finalmente el diablo terminó siendo vencido. Al morir, la casa
donde se encontraba su cuerpo se llenó de un buen aroma, según el testimonio de
quienes presenciaron su muerte.
Su muerte, Casi a
la edad de sesenta años, Martín de Porres cae enfermo y anuncia que ha llegado
la hora de encontrarse con el Señor. La noticia causó profunda conmoción en la
ciudad de Lima. Tal era la veneración hacia este mulato, que el Virrey Luis
Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, fue a besarle la
mano cuando se encontraba en su lecho de muerte pidiéndole que velara por él
desde el cielo.
Martín solicitó a
los dolidos religiosos que entonaran en voz alta el Credo y mientras lo hacían,
falleció. Eran las 9 de la noche del 3 de noviembre de 1639 en la Ciudad de los
Reyes, capital del Virreinato del Perú. Toda la ciudad le dio el último adiós
en forma multitudinaria donde se mezclaron gente de todas las clases sociales.
Altas autoridades civiles y eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta la
cripta, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan
excesiva que las autoridades se vieron obligadas a realizar un rápido entierro.
En la actualidad
sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo en Lima, (Perú)
junto a los restos de santa Rosa de Lima y san Juan Macías en el denominado
"Altar de los Santos Peruanos".
La casa donde
naciera San Martín de Porres, actualmente sede de la casa Hogar que lleva su
nombre y en donde se realizan actividades de bien social. También existe un altar
dedicado a San Martín de Porres levantado en el lugar donde estuvo su celda -
Convento Santo Domingo, Lima.
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