José Rivera.
Obama representa un fenómeno de adaptación y evolución constante. Su mensaje de cambio cautivó a millones de estadounidenses. Relato del hombre que caminó los rincones exóticos de Hawaii y las calles de la indigencia de Chicago.
Diecisiete minutos. Eso le bastó a Barack Obama para alzarse del llano anonimato a la alta fama. Algunos llaman "El Discurso", así, con mayúsculas, a esa breve intervención en la Convención Demócrata en 2004, para la que había sido elegido orador gracias a la impresión que su ya persuasiva retórica había causado en los líderes de su partido.
Llegó a Boston con un pasaje de avión pagado por un canal que quería entrevistarlo. Por su apellido sospechoso, Obama fue separado de la fila en el aeropuerto y exhortado a permanecer quieto y descalzo mientras un policía le pasaba un detector de metales. La televisión de aire no transmitió su discurso.
Pero sí subió al estrado desconocido, bajó famoso, y de repente se halló perseguido por periodistas y fotógrafos, saludado por policías. Cuatro meses más tarde, era senador por el estado de Illinois, y cuatro años después, el primer negro con posibilidades reales de convertirse en presidente de Estados Unidos.
Luego de los dos mandatos del republicano George Bush, marcados por los atentados y las guerras y finalmente por la crisis financiera, su mensaje de cambio cautivó a millones en su país y en otros del mundo, en un verdadero fenómeno sin fronteras.
La candidatura para la Casa Blanca coronó el fulminante ascenso de un hombre de vida tan versátil como ambulante, que frecuentó de niño los rincones exóticos de Hawaii en Indonesia y que en su juventud caminó las calles de la indigencia en Chicago y los pasillos y aulas del privilegio en Harvard.
"El camina entre mundos diferentes. Eso es lo que ha hecho toda su vida", dijo meses atrás su medio hermana, Maya Soetoro.
Sus primeros años
Barack -"bendito" en árabe- nació en Hawaii el 4 de agosto de 1961. Su padre -también Barack Obama- era un humilde estudiante de Kenia que viajó con una beca a la Universidad de Hawaii, donde conoció a la futura madre de su hijo, Stanley Ann Dunham, una joven blanca de Kansas de 18 años. El matrimonio tuvo corta vida.
Obama abandonó a su familia cuando su hijo tenía dos años, y ambos volvieron a verse sólo una vez más, ocho años después. Su madre se casó de nuevo con otro estudiante, Lolo Soetoro, y todos se mudaron al país natal del nuevo jefe de familia, Indonesia, donde Obama tuvo su primer encuentro cercano con la pobreza, la enfermedad y demás penurias del Tercer Mundo.
Al cabo de cuatro años, Obama regresó a Hawaii, donde vivió primero con su madre y luego con sus abuelos maternos. Graduado de un prestigioso colegio de Honolulu donde estudió gracias a una beca, el joven amante de las revistas del Hombre Araña, el golf, el básquet, el póquer, el canto coral y la literatura decidió marcharse a la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se recibió de Licenciado en Ciencias Políticas.
Ya recibido, luego de trabajar durante algún tiempo en La Gran Manzana, Obama dio un nuevo giro a su vida, uno que lo marcaría para siempre.
En 1985 llegó a Chicago con un mapa de la ciudad y un nuevo trabajo: asistente comunitario, con un salario anual de 13.000 dólares y un préstamo para comprar un auto usado.
Contratado por una organización local, Obama empezó a colaborar con iglesias de negros en el empobrecido Sur de Chicago. Su tarea consistía en movilizar a sus residentes para reclamar mejoras a las autoridades, como hacer más plazas o remover el asbesto de un complejo de viviendas en construcción.
En sus memorias, Obama dijo que sus tres años en Chicago compartiendo las historias de vida de la gente le dieron "el sentido de lugar y de propósito que había estado buscando". El ambicioso talento estaba listo para un nuevo paso: ir a estudiar Leyes a Harvard. Allí tuvo dos grandes momentos. El primero, cuando conoció a otra graduada de la universidad, Michelle Robinson, quien se convertiría en su mujer y en la madre de sus hijas, Malia y Sasha.
El otro fue un logro académico que le valió sus primeros titulares en los diarios: Obama fue elegido como el primer director negro del Harvard Law Review, considerado el periódico legal más prestigioso de Estados Unidos.
Forjando su futuro político
Ofertas de trabajos con jugosa paga llovían sobre él, pero una vez más eligió cambiar de aire. De vuelta en Chicago, en 1996, Obama ganó una banca en el Senado de la Legislatura de Illinois, desde la que comenzó a forjar una imagen de político pragmático, dispuesto a colaborar en proyectos legales con legisladores de la oposición republicana.
Luego de un primer tropezón en su intento por llegar a la Cámara de Representantes, en 1999, Obama no se desanimó, y dos años más tarde comenzó a planear su próximo jugada: ser electo para el Senado, algo que consiguió luego de su espectacular discurso de 17 minutos en Boston.
Luego de dos años en el Senado, Obama resolvió convocar a la prensa en la Legislatura de Springfield, capital de Illinois, donde fue legislador uno de sus héroes: Abraham Lincoln. El objetivo, otro discurso.
"Reconozco que hay cierto atrevimiento, cierta audacia, en este anuncio", admitió esa gélida noche. Sí. Obama quería ser presidente.
Obama representa un fenómeno de adaptación y evolución constante. Su mensaje de cambio cautivó a millones de estadounidenses. Relato del hombre que caminó los rincones exóticos de Hawaii y las calles de la indigencia de Chicago.
Diecisiete minutos. Eso le bastó a Barack Obama para alzarse del llano anonimato a la alta fama. Algunos llaman "El Discurso", así, con mayúsculas, a esa breve intervención en la Convención Demócrata en 2004, para la que había sido elegido orador gracias a la impresión que su ya persuasiva retórica había causado en los líderes de su partido.
Llegó a Boston con un pasaje de avión pagado por un canal que quería entrevistarlo. Por su apellido sospechoso, Obama fue separado de la fila en el aeropuerto y exhortado a permanecer quieto y descalzo mientras un policía le pasaba un detector de metales. La televisión de aire no transmitió su discurso.
Pero sí subió al estrado desconocido, bajó famoso, y de repente se halló perseguido por periodistas y fotógrafos, saludado por policías. Cuatro meses más tarde, era senador por el estado de Illinois, y cuatro años después, el primer negro con posibilidades reales de convertirse en presidente de Estados Unidos.
Luego de los dos mandatos del republicano George Bush, marcados por los atentados y las guerras y finalmente por la crisis financiera, su mensaje de cambio cautivó a millones en su país y en otros del mundo, en un verdadero fenómeno sin fronteras.
La candidatura para la Casa Blanca coronó el fulminante ascenso de un hombre de vida tan versátil como ambulante, que frecuentó de niño los rincones exóticos de Hawaii en Indonesia y que en su juventud caminó las calles de la indigencia en Chicago y los pasillos y aulas del privilegio en Harvard.
"El camina entre mundos diferentes. Eso es lo que ha hecho toda su vida", dijo meses atrás su medio hermana, Maya Soetoro.
Sus primeros años
Barack -"bendito" en árabe- nació en Hawaii el 4 de agosto de 1961. Su padre -también Barack Obama- era un humilde estudiante de Kenia que viajó con una beca a la Universidad de Hawaii, donde conoció a la futura madre de su hijo, Stanley Ann Dunham, una joven blanca de Kansas de 18 años. El matrimonio tuvo corta vida.
Obama abandonó a su familia cuando su hijo tenía dos años, y ambos volvieron a verse sólo una vez más, ocho años después. Su madre se casó de nuevo con otro estudiante, Lolo Soetoro, y todos se mudaron al país natal del nuevo jefe de familia, Indonesia, donde Obama tuvo su primer encuentro cercano con la pobreza, la enfermedad y demás penurias del Tercer Mundo.
Al cabo de cuatro años, Obama regresó a Hawaii, donde vivió primero con su madre y luego con sus abuelos maternos. Graduado de un prestigioso colegio de Honolulu donde estudió gracias a una beca, el joven amante de las revistas del Hombre Araña, el golf, el básquet, el póquer, el canto coral y la literatura decidió marcharse a la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se recibió de Licenciado en Ciencias Políticas.
Ya recibido, luego de trabajar durante algún tiempo en La Gran Manzana, Obama dio un nuevo giro a su vida, uno que lo marcaría para siempre.
En 1985 llegó a Chicago con un mapa de la ciudad y un nuevo trabajo: asistente comunitario, con un salario anual de 13.000 dólares y un préstamo para comprar un auto usado.
Contratado por una organización local, Obama empezó a colaborar con iglesias de negros en el empobrecido Sur de Chicago. Su tarea consistía en movilizar a sus residentes para reclamar mejoras a las autoridades, como hacer más plazas o remover el asbesto de un complejo de viviendas en construcción.
En sus memorias, Obama dijo que sus tres años en Chicago compartiendo las historias de vida de la gente le dieron "el sentido de lugar y de propósito que había estado buscando". El ambicioso talento estaba listo para un nuevo paso: ir a estudiar Leyes a Harvard. Allí tuvo dos grandes momentos. El primero, cuando conoció a otra graduada de la universidad, Michelle Robinson, quien se convertiría en su mujer y en la madre de sus hijas, Malia y Sasha.
El otro fue un logro académico que le valió sus primeros titulares en los diarios: Obama fue elegido como el primer director negro del Harvard Law Review, considerado el periódico legal más prestigioso de Estados Unidos.
Forjando su futuro político
Ofertas de trabajos con jugosa paga llovían sobre él, pero una vez más eligió cambiar de aire. De vuelta en Chicago, en 1996, Obama ganó una banca en el Senado de la Legislatura de Illinois, desde la que comenzó a forjar una imagen de político pragmático, dispuesto a colaborar en proyectos legales con legisladores de la oposición republicana.
Luego de un primer tropezón en su intento por llegar a la Cámara de Representantes, en 1999, Obama no se desanimó, y dos años más tarde comenzó a planear su próximo jugada: ser electo para el Senado, algo que consiguió luego de su espectacular discurso de 17 minutos en Boston.
Luego de dos años en el Senado, Obama resolvió convocar a la prensa en la Legislatura de Springfield, capital de Illinois, donde fue legislador uno de sus héroes: Abraham Lincoln. El objetivo, otro discurso.
"Reconozco que hay cierto atrevimiento, cierta audacia, en este anuncio", admitió esa gélida noche. Sí. Obama quería ser presidente.
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