Jose Rivera martinez
Diez casonas para fines turísticos se han construido en la entrada del pueblo.
Por sus construcciones, los lugareños la llaman “la Suiza Chiapaneca”. Para llegar a ese pueblito bendecido con el poder de la historia y los encantos de la naturaleza sólo basta recorrer 43 kilómetros desde Tapachula, Chiapas, México.Conforme se avanza hacia Unión Juárez, el calor sofocante que caracteriza a Tapachula se disuelve entre los húmedos y aromatizados cafetales que amurallan la angosta carretera que conduce hacia las faldas del volcán Tacaná, que sirve de límite entre México y Guatemala.Los techos de lámina acanalada de color rojo nos avisan que estamos a los pies del poblado. Construcciones mixtas, de concreto y de madera y restaurantes pulcros y solitarios que carecen de comensales se pueden contemplar más adelante.Las calles de Unión Juárez parecen tristes como las mujeres de rasgos indígenas que caminan de un lado a otro con un rollo de flores en sus manos. Ellas viven en Guatemala o en la línea fronteriza y desde allí llegan para ganarse unos centavos.Carmen Martínez lleva en sus brazos morenos un tanate, de donde sobresalen unas hojas de laurel, flores rojas y amarillas y un rollo de zanahorias que ella ofrece con una humildad que conmueve a cualquiera.“Lleve flores, seño, a diez pesos el rollo; zanahorias para las comidas, seño”, musita con su voz casi imperceptible. Cuenta que antes de llegar al pueblo ha tenido que caminar cuatro horas. “Así nos toca, venimos desde la línea (zona fronteriza con Guatemala)”.Como ella, las demás mujeres que habitan en esas tierras tienen algo que las identifica. Visten refajo o faldas tejidas, tienen rasgos indígenas y sus pieles son morenas y marchitas como el café molido que se procesa en la zona.
Las pocas tiendas de artesanías de barro y de madera hacen que este negocio sea bastante rentable para los vendedores.
Los hombres también bajan a Unión Juárez con sus matatas llenas de frutas y verduras. Estas son producidas en las tierras frescas del volcán Tacaná, que se eleva 4,165 metros sobre el nivel del mar.Parte del encantoEn el parque Benito Juárez descubrimos a Magdalena Chávez, de 13 años, quien ha tenido que caminar tres horas desde el cantón El Carrizal, cerca del límite fronterizo, para buscar empleo como doméstica en alguna casa u hotel del pueblo.Luis Fernando Ruiz, de la secretaría municipal, relata que en el poco comercio que existe en la aldea, los guatemaltecos tienen una gran participación. “Se trata de gente pobre que viene con verduras, frutas, flores y hierbas al por menor”, comenta.Unos veinte menores, hijos de guatemaltecos de escasos recursos, se pasean por el parque y por los portales de las tiendas y las fondas en busca de clientes que se dejen “bolear” los zapatos. “¿Le vamos a ‘bolear’, seño?”, le preguntan a los transeúntes.Ese ir y venir de los guatemaltecos por los senderos de Unión Juárez, esa sensación de quietud que le dan al lugar es uno de los imanes que atrae a los extranjeros que llegan ansiosos de reencontrarse con la tranquilidad.Los visitantes proceden —según Ruiz— de Estados Unidos, de Centroamérica, de Europa y de otras ciudades de México. Ya en la villa, los turistas pueden hospedarse en los cuatro hoteles existentes en el lugar y saciar su hambre en los restaurantes y fondas que han surgido en los últimos años.
Vista del kiosco ubicado en el parque central, también llamado “Benito Juárez”.
En un punto del pueblo, los habitantes que se han beneficiado con el turismo y otras personas acaudaladas que residen en Tapachula han construido casas de campo, en donde permanecen durante sus vacaciones o son rentadas al público. La naturaleza con sus encantos no puede faltar. Un cerro que se eleva a un costado del caserío, en cuya cúspide sobresale una piedra que por su forma puntiaguda se ha denominado “el pico de loro” y desde donde se aprecia todo el panorama, es uno de los sitios más llamativos.Son siete ríos los que riegan con sus aguas frescas las tierras fértiles que son dedicadas, en su mayoría, al cultivo del café. Entre ellos Suchiate, Malá, Muxbul, Shujubal, Mixcum y Monteperla.Pese a la crisis que afecta los precios del café a nivel mundial, los habitantes de Unión Juárez se sienten orgullosos de que su principal patrimonio sea el grano de oro. En la tienda “La Abejita” se exhiben unas bolsitas de pita y de tela llenas de café orgánico.“La mayoría de gente aún vive del cultivo del café”, comenta el propietario de la tienda, Bernardo Ríos Córdova. En la estancia también se venden artesanías de madera, de mimbre y de barro, así como atuendos hechos con tela típica.“Nosotros empezamos con un negocio pequeño, pero después el mismo turismo nos pedía más”, dice Bernardo mientras desliza una muñequita sobre una superficie de madera, un invento que atrae a los visitantes y es hecha con los pinos que crecen en medio de los verdes cafetales.
Ahora la casona de Santo Domingo es administrada por 107 ejidatarios.
La casa que albergó a Adolfo HitlerLas huellas que dejaron los alemanes se descubren en la casona de Santo Domingo, situada en la villa del mismo nombre, en Unión Juárez.Conocida también como la casa vieja o la casa grande, esta construcción de madera con amplios corredores, minuciosos barandales y columnas barnizadas fue reparada en 1997 luego de permanecer abandonada por más de 30 años.La relación que muchos le atribuyen con la familia del político alemán Adolfo Hitler ha trascendido las fronteras y ha robado la atención de muchos turistas. “Aunque ho hay nada documentado, eso nos ha servido de publicidad”, dice Uvaldino Ortiz, encargado del edificio.Uno de los escritos que se exhiben en el museo del café, ubicado en el ático de la construcción, cuenta que en 1920, según cédula inscrita en el dintel que da acceso al sótano, fue ordenada por el alemán Enrique Braw, quien había comprado la finca a principios de siglo.Este señor era hermano de Eva Braw, quien llegó a vivir en el lugar. Se dice que esta dama, enamorada de Hitler, lo invitó para que se escondiera en la casona en los momentos que se gestaba la Segunda Guerra Mundial.Ese relato es conocido por todos los habitantes. Aunque no se ha comprobado la presencia del político alemán en la casa, sí se sabe que perteneció a la familia Braw.Ahora sólo quedan fragmentos de ese pasado, no tan lejano. En el museo se exhiben las fotos de los primeros alemanes que llegaron a poblar las fincas de la zona y convirtieron el cultivo del café en un imperio.En otros salones de la Casa de Santo Domingo existe un bar y un restaurante. En las afueras se ha construido una piscina y un hotel para responder a las necesidades de quienes andan en busca de la historia.
Diez casonas para fines turísticos se han construido en la entrada del pueblo.
Por sus construcciones, los lugareños la llaman “la Suiza Chiapaneca”. Para llegar a ese pueblito bendecido con el poder de la historia y los encantos de la naturaleza sólo basta recorrer 43 kilómetros desde Tapachula, Chiapas, México.Conforme se avanza hacia Unión Juárez, el calor sofocante que caracteriza a Tapachula se disuelve entre los húmedos y aromatizados cafetales que amurallan la angosta carretera que conduce hacia las faldas del volcán Tacaná, que sirve de límite entre México y Guatemala.Los techos de lámina acanalada de color rojo nos avisan que estamos a los pies del poblado. Construcciones mixtas, de concreto y de madera y restaurantes pulcros y solitarios que carecen de comensales se pueden contemplar más adelante.Las calles de Unión Juárez parecen tristes como las mujeres de rasgos indígenas que caminan de un lado a otro con un rollo de flores en sus manos. Ellas viven en Guatemala o en la línea fronteriza y desde allí llegan para ganarse unos centavos.Carmen Martínez lleva en sus brazos morenos un tanate, de donde sobresalen unas hojas de laurel, flores rojas y amarillas y un rollo de zanahorias que ella ofrece con una humildad que conmueve a cualquiera.“Lleve flores, seño, a diez pesos el rollo; zanahorias para las comidas, seño”, musita con su voz casi imperceptible. Cuenta que antes de llegar al pueblo ha tenido que caminar cuatro horas. “Así nos toca, venimos desde la línea (zona fronteriza con Guatemala)”.Como ella, las demás mujeres que habitan en esas tierras tienen algo que las identifica. Visten refajo o faldas tejidas, tienen rasgos indígenas y sus pieles son morenas y marchitas como el café molido que se procesa en la zona.
Las pocas tiendas de artesanías de barro y de madera hacen que este negocio sea bastante rentable para los vendedores.
Los hombres también bajan a Unión Juárez con sus matatas llenas de frutas y verduras. Estas son producidas en las tierras frescas del volcán Tacaná, que se eleva 4,165 metros sobre el nivel del mar.Parte del encantoEn el parque Benito Juárez descubrimos a Magdalena Chávez, de 13 años, quien ha tenido que caminar tres horas desde el cantón El Carrizal, cerca del límite fronterizo, para buscar empleo como doméstica en alguna casa u hotel del pueblo.Luis Fernando Ruiz, de la secretaría municipal, relata que en el poco comercio que existe en la aldea, los guatemaltecos tienen una gran participación. “Se trata de gente pobre que viene con verduras, frutas, flores y hierbas al por menor”, comenta.Unos veinte menores, hijos de guatemaltecos de escasos recursos, se pasean por el parque y por los portales de las tiendas y las fondas en busca de clientes que se dejen “bolear” los zapatos. “¿Le vamos a ‘bolear’, seño?”, le preguntan a los transeúntes.Ese ir y venir de los guatemaltecos por los senderos de Unión Juárez, esa sensación de quietud que le dan al lugar es uno de los imanes que atrae a los extranjeros que llegan ansiosos de reencontrarse con la tranquilidad.Los visitantes proceden —según Ruiz— de Estados Unidos, de Centroamérica, de Europa y de otras ciudades de México. Ya en la villa, los turistas pueden hospedarse en los cuatro hoteles existentes en el lugar y saciar su hambre en los restaurantes y fondas que han surgido en los últimos años.
Vista del kiosco ubicado en el parque central, también llamado “Benito Juárez”.
En un punto del pueblo, los habitantes que se han beneficiado con el turismo y otras personas acaudaladas que residen en Tapachula han construido casas de campo, en donde permanecen durante sus vacaciones o son rentadas al público. La naturaleza con sus encantos no puede faltar. Un cerro que se eleva a un costado del caserío, en cuya cúspide sobresale una piedra que por su forma puntiaguda se ha denominado “el pico de loro” y desde donde se aprecia todo el panorama, es uno de los sitios más llamativos.Son siete ríos los que riegan con sus aguas frescas las tierras fértiles que son dedicadas, en su mayoría, al cultivo del café. Entre ellos Suchiate, Malá, Muxbul, Shujubal, Mixcum y Monteperla.Pese a la crisis que afecta los precios del café a nivel mundial, los habitantes de Unión Juárez se sienten orgullosos de que su principal patrimonio sea el grano de oro. En la tienda “La Abejita” se exhiben unas bolsitas de pita y de tela llenas de café orgánico.“La mayoría de gente aún vive del cultivo del café”, comenta el propietario de la tienda, Bernardo Ríos Córdova. En la estancia también se venden artesanías de madera, de mimbre y de barro, así como atuendos hechos con tela típica.“Nosotros empezamos con un negocio pequeño, pero después el mismo turismo nos pedía más”, dice Bernardo mientras desliza una muñequita sobre una superficie de madera, un invento que atrae a los visitantes y es hecha con los pinos que crecen en medio de los verdes cafetales.
Ahora la casona de Santo Domingo es administrada por 107 ejidatarios.
La casa que albergó a Adolfo HitlerLas huellas que dejaron los alemanes se descubren en la casona de Santo Domingo, situada en la villa del mismo nombre, en Unión Juárez.Conocida también como la casa vieja o la casa grande, esta construcción de madera con amplios corredores, minuciosos barandales y columnas barnizadas fue reparada en 1997 luego de permanecer abandonada por más de 30 años.La relación que muchos le atribuyen con la familia del político alemán Adolfo Hitler ha trascendido las fronteras y ha robado la atención de muchos turistas. “Aunque ho hay nada documentado, eso nos ha servido de publicidad”, dice Uvaldino Ortiz, encargado del edificio.Uno de los escritos que se exhiben en el museo del café, ubicado en el ático de la construcción, cuenta que en 1920, según cédula inscrita en el dintel que da acceso al sótano, fue ordenada por el alemán Enrique Braw, quien había comprado la finca a principios de siglo.Este señor era hermano de Eva Braw, quien llegó a vivir en el lugar. Se dice que esta dama, enamorada de Hitler, lo invitó para que se escondiera en la casona en los momentos que se gestaba la Segunda Guerra Mundial.Ese relato es conocido por todos los habitantes. Aunque no se ha comprobado la presencia del político alemán en la casa, sí se sabe que perteneció a la familia Braw.Ahora sólo quedan fragmentos de ese pasado, no tan lejano. En el museo se exhiben las fotos de los primeros alemanes que llegaron a poblar las fincas de la zona y convirtieron el cultivo del café en un imperio.En otros salones de la Casa de Santo Domingo existe un bar y un restaurante. En las afueras se ha construido una piscina y un hotel para responder a las necesidades de quienes andan en busca de la historia.
1 comentario:
Creo que...te cotorrearon amigo, las artesanias de "la abejita" son reventa de la reventa de la reventa jajajaja y nada que ver con que sean echas ahi en el pueblo ni mucho menos con pinos de los cafetales. Todo lo traen de San Cristobal y de Guatemala por eso es muuuy cara.
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